Akira Kurosawa

Akira Kurosawa entró en el cine gracias a sus excelentes dotes para el dibujo, que le proporcionaron trabajos de storyboard. Poco a poco fue escalando posiciones hasta llegar a la butaca de director, donde se sentó por primera vez en 1943 para rodar La leyenda del Gran Judo. Su primer título importante llegaría en 1950 con Rashomon, una película en la que un leñador, un sacerdote budista y un peregrino debatían sobre la suerte de un condenado a muerte. El film se llevó el León de Oro del Festival de Venecia.

Títulos épicos como Los siete samurais (1954), Mercenario (1961) o Sanjuro (1962), en los que el Japón medieval era omnipresente, fueron engrandeciendo la filmografía de Kurosawa. Sin embargo, el director pasó por un trance emocional muy fuerte que le llevó a intentar suicidarse, aunque no lo consiguió. Cabe reseñar que él había presenciado el suicidio de uno de sus siete hermanos cuando apenas era un crío.

Poco a poco se rehizo y volvió a la actividad con la misma calidad de siempre, primero con la coproducción rusa El cazador (1975) y más tarde con Kagemusha, la sombra del guerrero (1980), donde contó con la ayuda de sus admiradores Francis Ford Coppola y George Lucas. La Academia de Hollywood se fijó en él (por fin) en 1985, cuando le nominó por Ran y en 1990, cuando le otorgó un Oscar honorífico.

Kurosawa se puso tras la cámara por última vez en 1993 para rodar Madayo. Viudo desde 1985, decidió retirarse y falleció en Setagaya, Tokyo, el 6 de septiembre de 1998. Tras de sí dejaba una huella imborrable en el séptimo arte y un sello inconfundible que todavía sigue siendo referencia para muchos directores. Quizá su secreto fue que pensaba en el cine las 24 horas del día, según sus allegados. Una pasión que él justificaba diciendo que el cine le permitía aunar literatura, música, pintura y teatro bajo un mismo prisma.